miércoles, 5 de agosto de 2009

Alguna Vez Conocí un Ángel

Alguna vez conocí un ángel. No un era un ángel común, este ángel era terrenal, lo podías ver, tocar y sentir. Al principio sólo podía ver sus letras, su forma de pensar e inclusive podía ver un poco su alma (si, este ángel tiene alma). Luego, comencé a escuchar su voz, pero no era una voz normal, igual a las demás. La voz del ángel era única, era armoniosa, maravillosa, podías oírla y transportarte a otro mundo. Después de un tiempo, este ángel, que ya lo sentía como mío, me concedió el deseo más grande que genio alguno pudo haberme concedido antes: me dio la oportunidad de salir de este mundo terrenal y encontrarme en su mundo celestial. Claro que la verdad fue que él decidió bajar y encontrarse conmigo.

Fue en una noche un tanto oscura pero coronada por una luna preciosa y un juego de estrellas maravilloso, aunque la belleza de mi ángel apagaba cualquier luz que hubiera alrededor. Cuando lo vi por primera vez no podía creerlo, tenía en frente a la criatura más hermosa creada por Dios y aun así se veía tan humana, tan terrenal y tan común. No puedo negar que sentí miedo y nervios, pero al verla a ella, se esfumaron estos sentimientos como cuando el viento se lleva el humo de la hoguera. Fue con un tierno abrazo y un hermoso beso que me di cuenta que podría durar toda la vida junto a ella.

El tiempo pasó y decidimos convertirnos en uno sólo. Nos fusionamos y las horas dejaron de existir, el mundo desapareció y lo controlábamos todo. Fue delicioso sentirla cerca, tan cerca que podía tocar su corazón, sentir el fluir de su sangre y pensar sus pensamientos. Después de ese momento, que duró una eternidad, el día era más brillante y la noche no era tan oscura. Su luna brillaba aunque no hubiera luna y su luz aparecía en el día así no hubiera sol.

La vida con ella era sencilla aunque llena de enseñanzas. Luego de un tiempo ella cambió, ya no veía el ángel que vi al principio. Veía sólo un ser humano que amaba, sentía y se expresaba. Durante muchas noches, coronadas por su luna, pensé si ese ángel había renunciado a su naturaleza divina y, luego de mucho luchar contra mi demonio interno, ella se alejó definitivamente para buscar su propia paz interior, para luchar contra su propio demonio interno. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que había sucedido en realidad: le corté sus alas para que no pudiera volar. Cometí el peor error que jamás pude haber cometido y lamenté el haberla dejado ir. Decidí entonces devolverle sus alas y dejarla volar. Al hacerlo, pensé que la perdería para siempre, pero mi alma se llenó de alegría cuando me di cuenta que volaba más cerca de mí que nunca antes. Me di cuenta que no la había perdido sino que había encontrado la forma de seguirla. Ella me devolvió mi felicidad y, además, me regaló un par de alas, me invitó a volar con ella y a convertirme en su ángel. Al principio tuve un poco de miedo, no por ella, sino por el simple hecho de no saber volar. Ella, con su infinita paciencia, me enseñó a hacerlo de la forma majestuosa en que ella lo hacía.

Ahora vuelo, vuelo con ella a lugares hermosos. Siento el viento en mi cara, en mi pelo y en mis manos, pero lo que más siento en este momento es que la amo, la amo infinitamente. No sólo porque ella está conmigo sino porque logré entender que a los ángeles hay que dejarlos libres para que puedan amarte plenamente.

1 comentario:

  1. Maravilloso... Yo también conocí un ángel, pero por el contrario, este no me enseño a volar. Al contrario... después de un año hermoso comenzaron los problemas, me sentía atada, fastidiada, acosada, celada y observada todo el tiempo, mi amor por el ha dormido y ahora lo he perdido para siempre, saludos.

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