miércoles, 5 de agosto de 2009

Con el Corazón no se Juega

- El error más grande que he cometido, es haberte amado más de lo debido. Pero mi más grande alegría, es haber vivido contigo ese error que cometí - le gritó a él en la cara con el rostro lleno de lágrimas, rabia y de decepción.

Después de haberle dicho esto, él se marchó. Una lágrima le rodaba por la mejilla y caía al suelo, porque ella creía que lo había perdido para siempre. Se quedó allí parada viendo como él se marchaba sabiendo que en el fondo de su alma, aún lo amaba profundamente. Pero no dijo nada. Luego, caminó cabizbaja hacia su casa, haciendo un esfuerzo enorme por no estallar en un llanto profundo y melancólico. Metió la llave de la puerta en el cerrojo de la chapa, la giró y entró; se preparó un café, se sentó en la mesa del comedor y observó a través de la ventana que daba contra el mar con una mirada perdida en el horizonte, bebió un sorbo grande de esa bebida que hace que todo se olvide y, en ese momento, el corazón se le derritió, su alma se envejeció y estalló en un llanto doliente, tal vez exagerado, pero que mostraba la profunda tristeza que le dejaba haberlo perdido para siempre.

Él sabía perfectamente que aun la amaba hasta los huesos y que cada célula de su cuerpo pedía a gritos la cercanía de su calor, pero ya no podía hacer nada, estaba decidido a olvidarla y dejar todo en el pasado. Llegó a su apartamento, aquel en el que tantas veces se habían fusionado para ser uno sólo. Cada rincón la recordaba y eso le hacía más daño, se le clavaba en el corazón y en el alma una daga fría como el hielo que lo hacía sentir insignificante, pero él estaba decidido a alejarla de su vida. Sacó su guitarra y cantó la canción que a ella tanto le gustaba y que él le había compuesto, la cantó con tanta tristeza, que la voz se le quebró y el llanto no se hizo esperar. Lloró en silencio, cada lágrima que derramaba era un pedazo de su alma que se le escapaba y allí, entre lágrimas y madera, su vida se convertía en un infierno.

Al terminar la última gota de café, el sabor amargo en su boca hacía que lo recordara. La tristeza se convirtió en odio. Lo odiaba por haber sido tan egoísta con ella. Por no darse cuenta de que ella se estaba entregando sin esperar nada a cambio. Por ser tan hipócrita y creer que la había amado como a más nadie en el mundo. Por ser como era.

Él se puso de pie, miró a través de la ventana que daba hacia el mar y se maldijo a sí mismo. Maldijo su pasado, su vida misma, su amor por ella. Se odiaba y era inevitable. Se había dado cuenta de que ella lo era todo para él, que ella era la mujer más maravillosa del mundo y que en todo el tiempo en que habían estado juntos, nunca se había dado cuenta de ello, mas si se jactaba del profundo amor que él creía que sentía por ella pero que no era más que un simple sentimiento vacuo y sin sentido. En ese momento, entendió el verdadero significado de la palabra AMOR. Se sentó en su escritorio, se tomó la cabeza con las manos y meditó por un momento, un momento que se convirtió en horas, largas horas. Pensaba en ella.

Definitivamente lo odiaba. No quería volver a verlo. Se desnudó y se fue hacia la ducha, quería borrar de su cuerpo cada recuerdo que él le había dejado tatuado. Abrió el agua fría y dejó que ésta corriera por su cuerpo, pero en vez de olvidarlo, lo recordaba con mayor fuerza que antes. Volvió a llorar. Se dio cuenta que, a pesar de todo lo que él le había hecho, la amaba. Quería volver a verlo, volver a sentirlo, volver a besarlo, volver a abrazarlo, volver a acariciarlo. Pero estaba segura que él la odiaba.

Luego de varias semanas de sólo pensar en ella, él no lograba sacarla de su vida, lo perseguía como un fantasma. Quería olvidarla, pero el pasado lo condenaba.

Ella sólo vivía para él. Le escribía cartas que nunca le iba a entregar, le recitaba poemas en silencio, su recuerdo se había convertido en su demonio.

Un día de aquellos en los que uno sabe que debe levantarse porque algo bueno va a suceder, él salió para la oficina. No supo por qué se vistió de una manera tan elegante. Durante varios meses había evitado la ruta que de seguro haría que se encontrara con ella, pero ese día andaba sumergido en pensamientos profundos y no se dio cuenta que cruzó por la esquina aquella donde la había visto por primera vez hacia ya varios años.

Ella debía salir a una importante reunión que exigía total elegancia. Salió más temprano que de costumbre, pero ella nunca supo por qué lo había hecho. Estaba hermosa, más que nunca. Durante varios meses tomó la ruta aquella que la llevó a ver al hombre que le cambiaría su vida para siempre y no perdió la esperanza de volverlo a ver. Recuerda que cuando lo vio por primera vez, él andaba en bicicleta y ella corría por la calle con unos audífonos en los oídos.

Él iba caminando apaciblemente, tranquilo porque sabía que ese día era importante para él. Lo iban a ascender a gerente general de la empresa en la que él trabajaba y quería verse bien.

Ella caminaba coqueta por la calle, aquel día iba a presentar el proyecto más importante de su vida y que haría que todos los problemas de dinero se acabaran para siempre. Extrañamente, una sonrisa se dibujó en su rostro.

Y así la vio él, sonriendo. El corazón casi se le paralizó cuando vio a su ángel que se acercaba con ese caminar que a él tanto lo embrujaba.

Ella no se dio cuenta de que él la observaba sino hasta unos segundos después de haber pasado a su lado y haber olido su perfume, aquel que la derretía cuando lo alcanzaba a palpar a la entrada de su edificio. Se dio vuelta y allí estaba él parado, su caballero de plateada armadura.

Él se acercó y la saludó como aquel primer día. Ella sólo atinó a sonreír tímidamente. Hablaron por un rato y quedaron de verse para almorzar.

Pareciera que todo se hubiera olvidado, él sonreía y estaba perdido cuando le entregaron su oficina. La más grande de todo el edificio, con pecera y todo.

Ella casi pierde el tranvía por andar más lento que de costumbre pensando en aquel gallardo hombre que había visto unos minutos atrás.

Al mediodía, él la recogió. Almorzaron en un restaurante pequeño pero acogedor que quedaba a pocas cuadras de la oficina donde ella trabajaba. La tarde pasó lenta. No tenían nada más que hacer, así que se dedicaron enteramente a hablar y a hablar y a hablar. Parecían dos adolescentes. El amor que sentía el uno por el otro era inmenso, gigantesco, colosal y ellos lo sabían. Ella lloró un rato, él la consoló; él derramó lágrimas amargas y ella se las endulzó. Ella le recitó hermosos poemas de amor, él le cantó su canción preferida, aquella que había compuesto pensando en ella.

La noche llegó. El frío los atrapó en sus brazos y ella tembló. Él se quitó su abrigo y la cubrió, la acompañó a casa y allí, en el mismo umbral de la puerta que años atrás había sido testigo de un beso apasionado, él se despidió. Ella lo abrazó y le dijo que volviera, que no la abandonara de nuevo, que su vida no era vida sin él. Él le tomó la cabeza suavemente, la miró fijamente a los ojos, le dijo que un ángel había bajado del cielo para quedarse en la casa de ella y que ahora lo estaba viendo de frente, que nunca lo iba a dejar ir.

Antes de irse, él le dijo que estaba más hermosa que nunca. Ella le dijo que nunca antes lo había visto tan elegante y que se veía muy bien. Él le tomó la mano y se la besó, ella le tomo el rostro y lo besó.

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